martes, 20 de diciembre de 2016

Más vino, por favor

           
-          - ¿Tinto o blanco?

-          - No he cambiado tanto.

-          -  Me alegra escuchar eso.

-          - ¿Cómo le va con la bibliotecaria? – Le pregunté con una sonrisa.

-          - Como con cualquier bibliotecaria; aburrido. – Respondió, mirándome fijamente a los ojos.

-          - No sea así, seguro que tiene su lado positivo. Se habrá leído libros.

-         -  No tiene motivaciones y vive con gatos. Y usted sabe que yo nunca he sido de gatos. Se sabe de memoria en qué rincón se encuentra cualquier libro, pero no ha abierto ninguno. Y es aún más aburrida en la cama.

-          - Bueno, al menos ahora tiene alguien que le escuche.

-          - Cuando te mira con esa mirada vacía, sin entender una frase completa de lo que hablas y tomándote por loco, a uno ya se le quitan las ganas de hablar.

-          - Supongo.

-          - Un vino tinto para la señorita y un Brandy con poco hielo. – Dijo con voz segura al camarero que se nos acababa de acercar.





-          - ¿Y así quiere conseguir algo? Si ni siquiera sabe lo que quiere.

-          - Ahí está el problema, Alejandro. Que no sé lo que quiero y no consigo saber qué es lo que me falta.

-          - No le falta nada.

-          - No diga eso, porque sí que me falta.

-          - No. Está todo en su mente.

-         -  ¿Y por qué no soy feliz?

-          - Porque piensa demasiado.

-          - ¿No hay otra razón?

-          - No se case.

-          - ¿Cómo?

-          - Me ha escuchado. No se case.

-          - ¿Que no me case? Pero cómo no me voy a casar Alejandro, si es lo único excitante que está pasando en mi vida.

-          - Exacto.

-          - ¿Exacto el qué?

-         -  Se casa sólo porque no sabe qué más hacer. Está vacía muchacha, está vacía. Una joven como usted no puede estar vacía. Un matrimonio no ha de ser otra época en la vida de todos por la que tenemos que pasar sí o sí.

-          - Pero…

-          - No empiece con las tradiciones culturales y nacionales y no sé qué mierdas de no sé dónde, porque me las sé de memoria ya. Y ya no me engaña más con eso, Kristina…

-          - No es así, nada es como usted cree. Como siempre, cree que lo sabe todo y lo entiende todo pero no tiene ni idea.

-          - Se va a casar porque es excitante. Porque necesita libertad. Porque su pareja es un hombre libre de mente y le ama. Y piensa que el matrimonio le dará libertad. Ha estado viviendo con una cadena atada a los pies. No entiende que, primero de todo, usted debe completarse antes de que alguien la complete. ¡Porque entonces ya no será más usted, señorita! Será usted completada por otra persona. ¿Me entiende?

-          - ¡No es así, Alejandro! ¡Pare de hablar así! No tiene ni idea. Siempre he tenido libertad. ¡Siempre! He tenido más libertad que nadie en mi alrededor. Y sé que soy afortunada. No tiene ni idea lo que es estar atada de los pies. He tenido amigas a mi alrededor que de verdad han vivido toda la vida dependiendo de alguien. Y no es mi caso. Puedo quejarme de muchas cosas, pero definitivamente no tener libertad no es una de ellas.

-          - Dígame, ¿qué es la libertad?

-         -  Lo mismo que lo es para usted.

-         -  ¿De qué me habla? ¿De una libertad física? ¿Viajar por el mundo? ¿Ir a donde le ha dado la gana y cuando le ha dado la gana? ¿Hacer lo que ha querido cuando ha querido? Pero mire, señorita. Tiene veintiún años y no conoce el mundo, no conoce a la gente. No conoce la vida. No conoce nada porque nunca ha vivido.

-         -  No es así.

-          - Se casa porque toca casarse. Ama porque toca amarle. Se queja porque toca quejarse y vive porque toca vivir. Muchacha, usted no sabe nada de la vida. Dígame, ¿cuál es la decisión más importante que ha tomado en estos veintiún años?

-         -  Casarme y con quién casarme.

-          - Fíjese. Poder elegir con quién se va a casar le parece un privilegio.

-         -  No me está ayudando.

-          - Ni lo necesita. Recuerde esto muchacha. Una vez tenga mente, el estar feliz no le bastará. Usted es inteligente, por eso su mente pide más. Y siempre pedirá más. Más y más y más. Nada le será suficiente. Se cansará de cualquier cosa que tenga en unos meses y querrá y buscará lo siguiente. Usted es inteligente señorita, pero nunca ha sido lista.

-         -  Como en la película esa de Almodóvar, Vicky Cristina Barcelona, cuando Penélope le dice a Vicky que tiene ‘chronical dissatisfaction’. – Me reí recordando la escena.

-          - Sí, como en esa película, Kristina.

-          - Es muy buena esa escena.

-        -   ¿Y sabe quién tiene la culpa de eso? Usted. Sólo viva y no pida más. Lo tiene todo. Y si decide pensar más allá, entonces tiene que cambiar de vida. Se lo he dicho siempre, señorita. La gente es más feliz cuanto menos piensa. Y no me ha escuchado. Usted se mete en cosas que no le necesitan. Piensa en cosas en las que no necesita pensar. Quiere hacer cosas que no debe y quiere llegar a sitios que no están a su altura. Eso le hace infeliz y eso hace que yo le admire más. Pero la gente de su alrededor no le va a admirar por eso. Ni tampoco necesita usted la admiración de nadie.

-         -  ¿Y eso es lo que me aconseja?

-          - Se lo he dicho. No se case.

-          - Imposible, yo le quiero.

-         -  ¿Por qué sigue pidiéndome consejos?

-         -  Porque no tengo a nadie más a quien pedir.

-          - Mire a esa mesa de las abuelas. ¿Qué le parece? ¿Por qué esa abuela parece estar tan feliz? Seguro que no es porque pasa todo el día haciéndose preguntas profundas y filosóficas, ¿verdad?

-         -  ¿Cuál es la respuesta correcta? No me diga que es porque no piensa. – Dije riéndome.

-          - Porque está tomando té caliente mientras fuera hace frío, en una de las cafeterías más bonitas de la ciudad. En una de las ciudades más bonitas del mundo. Y tiene un ramo de flores que seguramente alguien se lo habrá regalado, o incluso se lo habrá comprado ella misma, qué importa. ¿No le parece tener suficientes razones para estar feliz?

-          - Ay, por favor, Alejandro. Usted es el menos adecuado para decirme que las cosas pequeñas son las que nos hacen felices y ponerme ejemplos cursis de abuelas felices en cafeterías bonitas. No le pega nada a usted hablar de ese tipo de cursiladas.

-          - ¿Más vino?

-          - Por favor.





-          - Usted es un caso perdido, como dice usted. – Dijo sonriendo y moviendo la cabeza de un lado a otro mientras acercaba el vaso a su boca. Y siguió: - Un caso perdido sobre quien se podría escribir libros. Un caso perdido hermoso. Y tan joven, y tan perdida. ¿Acaso no se da cuenta usted de quién es? Es arte andante. Y cuando empieza a hablar más se hace notar su arte. Muchacha, usted está en un sitio equivocado. Es un milagro que, estando ahí, siga siendo arte.

-          - Pero profesor, me cansa ser un trozo de arte. Yo no quiero ser arte, yo quiero crear arte.

-         -  ¡Y lo hace, Kristina! Delante de mis ojos. Cada segundo. Cada vez que abre la boca. Lo hace señorita, créame. Y temo que algún día alguien le haga creer lo contrario. Prométame que nadie, jamás, la convencerá de lo contrario.

-          - No sé ya ni de qué me habla.

-          - Exacto, siga sin saberlo nunca.

jueves, 22 de septiembre de 2016

Un Beso

Bésala. Poco a poco, toma tu tiempo, no hay otro lugar en el que preferirías estar. Besa, pero no como si estuvieras esperando otra cosa, no para poner las manos bajo la camisa o la falda, o enredarse con el sujetador.
Así no.
Dale un beso como si hubieras olvidado cualquier otra boca que has tocado antes. Dale un beso con deleite infantil, con curiosidad. Riele en la boca, inhala sus suspiros. Dale un beso hasta que gima.
Con su cara en tus manos. O con las manos en su pelo. O acercándote más a la cintura. Dale un beso como si quisieras invitarla a un baile. Como si quisieras hacerla girar en la arena bajo las estrellas y mirar como te mira como si fueras lo más brillante que ella ha visto jamás. Dale un beso como si ella fuera lo más brillante que hayas visto jamás. Toma tu tiempo. Bésala como la primera y única pieza de chocolate que nunca probarás. Bésala hasta que ella se olvide de cómo contar.

¡Dale un beso, estúpido! Besa en silencio. Ven, pregúntale qué es dos más dos y escucha decir tu nombre como respuesta.

miércoles, 4 de mayo de 2016

Los santos también quieren peinarse

  Camina lentamente pero con pasos demasiado seguros. No sé en que estará tan seguro y de dónde tanta confianza en sus pasos. Puede que sea porque está en su casa, como lo llama él. ¿Por qué el color negro? ¿Que simboliza el color negro en su casa? Lo buscaré en Google cuando llegue a casa. Aun que puede que no tenga tiempo para eso. Será algo rápido. De hecho creo más en Google que en él. Por eso no se lo pregunto a él. Seguro que me cuenta otra tontería  y yo tenga que estar durante minutos escuchándole. Me gusta escuchar a los locos. Porque hablan y no dicen nada. Pero a él no. Porque él habla y dice estupideces. Por eso no me gusta escucharle. Y si el negro sea su color favorito? Entonces,  ¿él loco y yo tendemos algo en común? Bueno tampoco no está tan loco, solo está un poco más chiflado que sus otros amigos que también van de negro siempre. Yo también voy siempre de negro y también tengo un amigo chiflado. Mi profesor de filosofía. Hace tiempo que no he hablado con él. ¿Seguirá vivo? No quiero que se muera, porque entonces ¿con quién hablaré? No. No puede morir aún. Tiene que enseñarme más cosas antes. Ojalá les pudiera meter en una caja a mi profesor de filosofía y a este chiflado que va de negro para ver cómo le come vivo. ¿Le gustará el negro a mi profesor de filosofía? No lo sé. Nunca se lo he preguntado. La próxima vez le preguntaré cual es su color favorito. Pero con tal pregunta estúpida seguro que sabrá que he vuelto a venir a este sitio de chiflados. No se enfadará, ¿no? Me hacen gracia y puedo reírme. Incluso les pregunto cosas para que me hablen y pueda fijarme en sus gestos y en como mueven la boca. Me dan asco sus bocas. Y aún más asco las cosas que salen de sus bocas. Me ha llegado un mensaje al móvil. ¡Uy! Mi amiga se casa. Sí, ya tengo mis años. Los suficientes para que me llamen de la vieja escuela. Tengo amigas que aún siguen casándose. Si encuentro a alguien con quien estaría a gusto comiendo pollo con dos manos y a quien le daría muchos besos al despertar sin pensar en mi aliento, y alguien que no me ahogara mientras duermo porque hablo mucho. Entonces yo también me casaría. Pero, espera. Entonces, ¿tendría que volver a este sitio en mi boda? ¿Y si el hombre de mi vida estuviera chiflado como estos señores de negro? ¿Les tendríamos que pagar para venir a una de sus casas para que un loco me casara con otro loco bajo mirada de su amigo imaginario? Que miedo. Y qué locura. Están todos chiflados. Y tendría que decir 'sí, quiero' en alto para que el chiflado con más poder le pasará mi respuesta a su amigo imaginario, y para que éste diera su aprobación. Bueno. Es bonito. Qué más da. A parte tendría con quien comer alitas de pollo toda la vida. Entonces estaría feliz. Vuelve a pasar por mi lado otra vez. -¿A qué hora empieza su monólogo?- Se lo pregunto, sabiendo que está esperando a que hable. Me gusta su reloj. A lo mejor se lo ha comprado con todas las monedas de los viejitos y los turistas que le visitan. Mientras me responde, me fijo en sus dientes amarillentos y en cómo mueve los labios formando media sonrisa. Tiene el pelo alocado. A lo mejor su amante se lo ha peinado una y otra vez toda la noche. Puede que incluso su amante haya estado rezando toda la noche a su amigo para tener un peine mas grande para que le haga efecto. Para que el día siguiente no tenga los pelos descontrolados y parados de punta. Eso lo noto en cómo me mira ¡Ay estos locos! Me ha reconocido. Y por su tono intuyo que vuelve a querer que sea su peluquera esta noche. Me pregunto cómo su amigo no le ha dejado calvo hasta ahora. Yo lo haría. Pero tampoco quiero que me denuncie y me cierren la peluquería. Nadie quiere eso, ¿verdad? - Y, ¿Alejandro no está?- Vuelvo a preguntar.  -Se ha ido a Valencia. ¿te quedarás para la misa?- Miente, como la última vez. Alejandro nunca se va a ningún sitio sin decírmelo antes. -No, cuando le veas dile que me voy del país y volveré en unos meses.-

viernes, 8 de enero de 2016

I hope we last

I hope we last. 

Not in matter of counted hours
Neither the dates we celebrate. 
Not by the days we see each other
Nor the fights we have solved. 

I hope we last at every kiss, at every touch 
In small flashes when got me freezing. 
In your endless breathtaking kissing. 
In that precious instant of joy. 
When I feel the world inside me. 
From my half pleasing our body. 

I hope we last forever. 
Not forever as a time calculator. 
But the instant I feeling your breath through gentle kisses. 

I don't want you until my grave. 
But seconds of joy called forever; short and brave.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

A woman who is not loved; is lost. Lost in sense of life, not spirit. Woman who has never been loved, has never discovered herself. Her true, deep true self. You do not know who you are until you are loved. No sense of spirit is given to those lost souls. Love for women as their life. For men, spirit souls. Just matter of time the deeper they crave. Life ends, soul does not.

viernes, 4 de septiembre de 2015

#34



#34


Tenía un lunar en el cuello, lo que cual odiaba. No él, sino yo. Como también odiaba todo de él. Su forma de hablar, su forma de actuar, y hasta como bebía agua de la botella. Que forma más asquerosa de beber agua de un botella, por dios! Era un hombre bajito, de pelo castaño. Informal y siempre llevaba su pantalón marrón. Al sonreír mucho se lo ponían ojos de cachorro. Según mis amigas tenía una de las mejores sonrisas. Pero a mí no me gustaba, y hasta me parecía repugnante. En resumen, todo de él me parecía repugnante.
 

   Le conocí en la biblioteca.
 
   Un lunes.


  Llevaba más de veinte minutos esperando a que alguno de los ordenadores de la sala estuviera libre para poder imprimir los textos inacabables de historia que nos mandaba el profesor (nos lo mandaba online con la escusa de que ahora es el siglo de la tecnología, tenemos que aprovecharlo), digo si los imprimiera él , probablemente pararía de elegir textos inacabables como los que hacía por entonces. Como llegaba tarde a clase, me había puesto aún más nerviosa y ansiosa a que alguien acabara de penetrar la pantalla del ordenador con los ojos y me dejara a mí.
Una de las chicas, rubia. Siempre me acuerdo de los rubios. Con la melena suelta sobre los hombros cogió su carpeta y saltó de la silla. En una biblioteca de universidad, a las 11 de la mañana, lunes, todos tienen prisa. Por el gesto entendí que no era la única que ese día llegaría tarde a clase. Lo cual era algo muy inusual de mi parte. Me acerqué lentamente a su ordenador, lentamente porque ella aún seguía recogiendo sus cosas. Y cuando notara mi presencia se daría aún más prisa. Lo que tardé yo en responder un WhatsApp con la cabeza agachada, al levantar la mirada un idiota se había sentado en mi sitio.

-Perdona, estaba yo antes. Llevo esperando veinte minutos.- dije yo que una voz que daba pena.

Levantó la cabeza un milisegundo y sin mirarme a la cara dijo: -Pues sigue esperando, porque voy a tardar un buen rato.- No me podría creer con la chulería que me acababa de responder ese mocoso.
-Solo tengo que imprimir una cosa, ¿te importaría dejármelo solo por un momento?- Estaba segura que no me diría no.
-¿Y tú que crees que estoy haciendo yo?- Esta vez respondió sin levantar la cabeza para mirarme ni siquiera.
Venía enfadada de antes, y esto era una oportunidad de sacar mi cabreo. Salí de la biblioteca sin imprimir nada, decidida de no atender a clase ese día. Pero no sin antes haber acabado la conversación.

-¿Cómo te llamas y a que curso vas?- Le pregunté con un tono brusco, cortante y alto. Parecía una orden más que una pregunta.
-¿Por que?- Me miró por primera vez a los ojos y con una expresión mixta en la cara de enfado y sorpresa. Con el ceño fruncido respondió sin haberme dado tiempo de contestarle - Alberto-.
-¿De inglés?-
-Lingüística.- dijo.
-Bueno, ya nos veremos.- Respondí y acabé de bajar las escaleras y salir de ese sitio lo antes posible. En el fondo estaba contenta por no haber podido imprimir, así tendría una escusa para mí misma de no ir a clase. Lo cual era lo última que quería ese día.

El cabreo que llevaba encima hizo volar a mi imaginación a puntos extremos. Y antes de que pudiera llegar a casa ya tenía decidida un plan. Con el mocoso de protagonista.





   Veintitrés días después de lo ocurrido, cuando yo ya sabía la vida de Alberto mejor que Alberto, fue la última vez que nos hablamos. Vivía con su madre y sus tres hermanas pequeñas. Tanto su madre como él tenían dos trabajos para poder con los gastos que conllevaba la familia. Me contaba todo, des de su infancia hasta los secretos más profundo de su madre. Resulta, que el día que nos cruzamos en la  biblioteca, había sido una de las peores semanas de su vida. Dos semanas antes  había fallecido su abuela, y ése día se enteró que había suspendido la asignatura que más le costaba. Le gustaban mucho los animales y estudiaba lingüística para poder dedicarse en la investigación del lenguaje animal. No me cabía en la cabeza cómo alguien podría dedicarse a eso, pero ahí estaba él con sus sueños. Él, en cambio, sabía de mí cosas que me había inventado por entonces. Des de cosas muy pequeñas y sin importancia hasta mentiras de las gordas. Por ejemplo que yo era muy religiosa, con un padre pastor. Que no conocía a mi madre. Que Jesús era lo más importante en mi vida. Que iba a la iglesia dos veces a la semana y que me gustaba la música religiosa, porque me tranquilizaba. Que no tenía amigos, ni redes sociales porque pensaba que era una perdida de tiempo. Ah sí, y que me llamaba Nina, nombre de origen caldeo y muy común en Lituania, donde yo había nacido. Nuestra última conversación fue algo así:


-¿Entonces todo esto ha sido mentira?- dijo él con ojos de cachorro que tanto odiaba.
- No seas tan dramático, Alberto. - respondí sin pensármelo dos veces.

Estábamos parados delante de la puerta de salida de la universidad, estaba lloviendo y ninguno de los dos quería mojarse. Yo tenía prisa porque quería comer y también porque quería quitarme de encima la conversación incómoda que me esperaba.  Siempre elegía días lluviosos para decírselos porque así parecía más dramática la escena.

-Mira Alberto, no tengo tiempo ahora. No se te ocurra echarme la culpa a mí. Tienes que aprender a ser más respetuoso a la hora de dejar tu ordenador a alguien que lo necesita.-

-Pero, ¿Qué ordenador, Nina? ¿De qué estás hablando ahora?- dijo sorprendido.

-Ah, sí, y para de llamarme Nina, que no me llamo Nina.-
-¿Cómo?- dijo con el ceño fruncido y con la cara de imbécil que se le quedaba cuando no entendía nada. En esos veintitrés días me había dado tiempo de memorizar todas sus expresiones.
- Mira, tengo hambre, así que intentaré ser lo más breve posible, ¿vale?- Le miré a los ojos y seguí hablando cuando me hizo un gesto con la cabeza de 'procede'. - No me llamo Nina, ni soy de Lituania, ni siquiera sé donde está Lituania, y no creo en dios. De hecho creo que es la cosa más ridícula que se ha inventado jamás. Esa primera vez que tú lo ves como obra del destino que nos conocimos, fuiste muy borde e imbécil. Y me hiciste cabrear mucho, así que decidí mentirte y apostar en ti. No esperaba que en veinte días alguien sería capaz de enamorarse o incluso de amar, pero visto tu ejemplo, sí. Hay de todo. No quiero saber nada más de ti. Y todo lo que sabes de mí es mentira. Te has enamorado de alguien de quien no sabes ni el nombre. Por favor no me hagas repetir las cosas dos veces y ten un poco de autoestima. Espero que te vaya muy bien todo, y la próxima vez dejes el ordenador a alguien que lo necesite.-

-Nina, ¿Qué cojones estás jugando?- Aún seguía con su cara de imbécil.
-La cosa es que ya no estoy jugando. Y para que te quede aún más claro, mira mi Facebook.- Le dije mi nombre completo y fue cuando se puso más tenso.
-Estás enferma.- dijo con cara de asco.
- Y tú un romántico del montón. -
- Espera, Nina, o como quiera que te llames. Para mí siempre serás mi Nina. Quiero que hablemos esto mejor. Quiero que me expliques todo. No puedes dejar todo así e irte. Tengo que entenderlo todo. Por qué me has mentido, y todo lo que está pasando.-
- Vale, escucha. Entre yo y mi enamorada, tenemos un juego. El cual consiste en ver en cuantos días podemos hacer enamorar a alguien. Y cuando ya se han enamorada, nos dejan de importar. Como es tu caso ahora. Tú no me gustas, Alberto, ni físicamente ni de ninguna otra manera.- dije y salí corriendo. Prefería mojarme que estar un segundo más a su lado.

No se supo nada más de él. Resultó que sí que tenía autoestima el chaval.